Blog de Arinda

OBJETIVO :En este Blog vas a encontrar mis producciones en pintura y escultura. Además, material recopilado a través de mi trabajo como maestra, directora e inspectora, que puede ser de interés para docentes y estudiantes magisteriales .

sábado, 25 de agosto de 2012

25 DE AGOSTO DE 1825 - DECLARATORIA DE LA INDEPENDENCIA

A TRAVÉS DE  LA MIRADA DEL POETA  ÁLVARO FIGUEREDO

Hoy 25 de Agosto se cumplen 187 años de la Declaratoria de la Independencia realizada a orillas del río Santa Lucía en el entonces pueblo de La Florida. Para recordarlo dejo este hermoso poema de uno de los tantos poestas uruguayos.


Declaratoria de la Independencia - Eduardo Amézaga

 Romance de la Declaratoria de la
Independencia
  El acta de Independencia
los diputados redactaban.
Don Juan Francisco Larrobla
dicta con palabra tarda
lo que escribe con pluma
prolijamente cortada.

Un callado amor azul.
blanco y rojo los embarga
que la luz del patrio día
resplandece en la ventana
y la mitad de las negras
vestiduras les destaca.

Ya el rancho dejan, ya cruzan
con grave ritmo la plaza.
toda Florida va en pos
en comitiva apretada.
Ya doblan al este, ya
la solemne caravana
andada la cuadra sexta
Se allega a la Piedra Alta.
Los diputados la trepan
para dar lectura al acta,
cada cual digno en frac
y Larrobla en su sotana.
La voz del lector flamea
ya azul, ya roja, ya blanca,
como recóndita seda
con los colores del alma.
Vivas y aplausos conmueven
la brisa sabrosa y calma;
en el aire hay no se sabe
si palomas o campanas;
la corriente del arroyo
dobla la rodilla y pasa...

Álvaro Figueredo


Transcribo parte de lo publicado por EL PAIS digital el Viernes 04.04.2008 en la sección Cultural  

 Antología de Álvaro Figueredo (1907-1966) 
 El inolvidable poeta secreto 
 Alfredo Fressia 


 Alvaro Figueredo y su esposa Amalia Barla
 
ÁLVARO FIGUEREDO nació en Pan de Azúcar el 6 de setiembre de 1907. Cursó estudios secundarios y magisteriales en Montevideo. En 1932 se recibió de maestro y vuelto a Pan de Azúcar trabajará allí en la Escuela y el Liceo. En 1935 se casó en Maldonado con Amalia Barla, maestra y poeta fernandina, con quien tuvo dos hijos: Álvaro Tell y Silvia Amalia.
En 1936 publica su primer libro, Desvío de la estrella, y edita el periódico literario Mástil. Desde esas páginas convoca al primer Congreso de Escritores del Interior, que se realiza en 1938 en el Ateneo de Montevideo.
En 1944, en Florida, al pie de la Piedra Alta, lee su "Canto a la Independencia Nacional". En 1946 recibe una mención especial en los Jugos Florales de México por su "Canto a Iberoamérica". En ese mismo año recopila en Estampas de nuestra tierra sus colaboraciones en la revista escolar El grillo.
Con su "Exaltación de Bartolomé Hidalgo", obtiene en 1952 el primer premio del concurso literario del Ministerio de Instrucción Pública. Mundo a la vez, su segundo libro de poesía aparece en 1956. Diez años después es designado miembro correspondiente de la Academia de Letras. Escribió varios ensayos literarios sobre Rodó, Francisco Espínola, Roberto y Sara de Ibáñez, María Eugenia Vaz Ferreira, Esther de Cáceres, Cervantes y José Martí, entre otros.
 Murió en su casa de Pan de Azúcar el 19 de enero de 1966. El liceo y una calle de su ciudad llevan su nombre.

DE LOS VARIOS enigmas que rodean la obra del poeta Álvaro Figueredo (Pan de Azúcar, 1907-1966), uno es siempre reiterado por los asedios críticos, a saber, la inexplicable distancia que se estableció siempre entre esa obra admirable y el reconocimiento público, demasiado precario, al menos para una obra poética estupenda como fue la suya. En el Prefacio de su Poesía (1974), Arturo Sergio Visca decía: "Álvaro Figueredo es, sin duda, uno de los mayores poetas uruguayos, aunque su obra, todavía poco difundida, no ha alcanzado aún el amplio reconocimiento (o, mejor, conocimiento) que se le debe". Más de treinta años después, en la presente Antología poética del autor, prologada por Jorge Albistur se lee: "El país no fue generoso con él y pagó con el silencio su elegante soledad aldeana".
Se ensayan explicaciones para esa falta de repercusión. Para Visca, Figueredo "vivió siempre obsedido por el acto creador, que es lo sustantivo, y no por la ambición publicitaria, que es lo accesorio". La reserva que sería propia de su carácter -humildad y cierta comprensible soberbia, agrega Albistur- explicaría que el poeta haya publicado sólo dos libros, y con una distancia de veinte años entre sí (Desvío de la estrella en 1936 y Mundo a la vez en 1956). Los otros muchos poemas quedaron desperdigados en diarios y revistas. Hasta ahora las publicaciones póstumas han sido la poesía para niños de El ABC del Gallito Verde, de 1977, los cuentos reunidos en la Revista Nacional en 1976 y algunos ensayos de temas literarios, y porque Figueredo fue efectivamente maestro y profesor de Literatura, en Maldonado. La Poesía que Visca organizó en 1974 y la actual Antología… remedian en parte esa aparente incomprensión o esa indiferencia uruguaya frente a su obra.
SIEMPRE RECORDADO. Si se le permite un testimonio personal a este reseñista añoso, podría hablar de una experiencia diferente sobre la repercusión de la poesía de Figueredo. Hace cuarenta años, cuando este reseñista estudiaba Literatura en el IPA -y es útil recordar que Figueredo había fallecido dos años antes, en 1966- ya hablábamos de esa incomprensión, pero paradójicamente, sus poemas circulaban entre nosotros en copias -hechas muchas veces a mano, incluso porque entonces era engorroso hacer fotocopias. Entre aquellos estudiantes por lo menos una le dedicó un trabajo crítico (fue Miryan Pereyra), y algunos de ellos recitaron de memoria durante décadas poemas de Figueredo (Graciela Míguez era una de ellos). En 1985, cuando el reseñista pudo volver al país, entró en contacto personal con los miembros de la generación llamada de UNO, y se sorprendió con el entusiasmo de aquellos jóvenes por "un poeta olvidado", "que nadie lee", decían indignados, y del que hacían fotocopias o copias a mimeógrafo -hablo de poetas como Luis Bravo, Macachín, Héctor Bardanca, y muchos más, en aquel local que alquilaban para sus conspiraciones culturales en la calle Pérez Castellano.
Admirado en los ´60, editado en los ´70, literalmente copiado y divulgado en los ´80, siempre recordado y ahora reeditado en los años 2000, parece difícil hablar de escasa difusión o aun de silencio. Más bien, Figueredo fue y es un poeta "de culto". El Uruguay, una sociedad de fuerte formación positivista, nunca fue generoso con sus poetas. Y, considerando las veces en que fue aparentemente pródigo (recordar a Juana de Ibarbourou), uno definitivamente desea a los grandes poetas, que de hecho el país ha dado, el curso "subterráneo" de los buenos lectores, que casi parecen elegidos por la obra (y no al contrario), antes que esa temible prodigalidad "oficial", escolar, propia de apresurados programas de literatura.
Naturalmente, críticos de la inteligencia y la sensibilidad de Visca y Albistur no están pensando en los pueriles oropeles de la gloria escolar, más bien se escandalizan al comprobar que un poeta como Figueredo no ocupa en mayor grado el interés de nuestra academia, pero se puede aventurar que esa carencia concierne a toda la poesía uruguaya, y a casi todos los buenos poetas nacionales. Sin duda es verdad que la calidad estética de la obra de Figueredo nos desafía aun más, en el sentido de que uno querría que todos estudiaran esa obra, con esa especie de urgencia por compartir un placer estético de la que hablaba Carlos Real de Azúa.
Sin embargo, los buenos lectores de poesía no se miden cuantitativamente. No es demérito para nadie decir que hay una historia secreta de la poesía uruguaya, y que Figueredo es de los primeros poetas en esa historia indiferente a estatuas y a dudosos premios ministeriales. Es una rica, densa, compartida tradición de lectores entusiastas, y es en esa historia, íntima, y no en la "oficial" que todo poeta desea tomar parte.
EXIGENTE Y GENEROSO. Por otro lado, hay que admitir que Figueredo no es un poeta que acepte lecturas obvias, ni siquiera sencillas. Por el contrario, se trata de un poeta muy sofisticado, que exige mucho de la inteligencia, de la sensibilidad y de la cultura del lector. Su obra tiene por cierto muchas zonas. Organizada por temas, y con algunas partes cronológicas, esta Antología… exhibe las siguientes partes, o "movimientos": "Desvío de la estrella", "Mis otros", "Fábula y paisaje", "Históricos y regionales", "Las flechas". "El poeta; los poetas", "Umbral a ´Mundo a la vez´", y "Poemas posteriores a ´Mundo a la vez´" (se excluye Mundo a la vez por ser objeto de una edición separada).
Pues bien, si alguien imaginara que los poemas "Históricos y regionales" pudieran ser de lectura más "simple", se equivocaría de entrada. "Canto a Iberoamérica", "Canto a Artigas", "Exaltación de Bartolomé Hidalgo", por mencionar algunos, son soberbios objetos idiomáticos, poemas en alejandrinos muy cuidados, llenos de alusiones, bordados sobre campos semánticos inesperados, regiones que exigen un lector por lo pronto informado (algo que la educación uruguaya garantiza cada vez menos, o muy precariamente). Afortunadamente la edición contó con un prefacista como Albistur para poder aclarar, por ejemplo (y para muestra baste este botón), que el verso en cuestión es "propio del mester de clerecía", e iluminar así un verso de la "Exaltación…" que ve a Hidalgo "voceando tu dramático mester de gauchería".
Lo mismo se podría decir de los poemas de la parte "Fábula y paisaje", que se abre con la memorable "Fábula del toro", la de "El toro estaba muerto, y no quería/ morir al mediodía". Ni que hablar de los tres sonetos de "Las flechas", que constituyen un desafío a la inteligencia (y a la información: es casi imposible leerlos sin conocer a Virgilio o las ideas de Zenón de Elea).
YO EL FRAGMENTADO. Pero tal vez la región de la obra de Figueredo que más instiga a sus lectores, y que garantiza su modernidad, es la que se centra en el tema de la "fragmentación" del yo (poemas que aquí entran en "Mis otros"), llamado también "tema de la alvaridad". "Así me encontré una vez/ con Álvaro Figueredo,/ en un rincón de mi casa/ un crepúsculo de invierno." "El mar estaba sin ojos/ ese miércoles de enero,/ y se trenzaba la barba/ con los olvidos del tiempo". Son todos versos del "Romance a Abel Martín", que introduce al tema del yo fragmentado, la otredad, el tiempo y la muerte, situados entre un niño, casi constante, y un miércoles, curiosa premonición de su muerte que de hecho ocurrió el miércoles 19 de enero de 1966. Por lo demás, quien quiera ver en esto un indicio que pueda propiciar una lectura ocultista de la obra de Figueredo no equivocará el rumbo. Hay, en efecto, todo un tejido oculto y astrológico en esta obra al mismo tiempo exigente y generosa.
El más célebre de los poemas del yo fragmentado (dentro de la "celebridad" de un poeta de culto en la "historia secreta" de la poesía nacional) parece ser -en la experiencia de este reseñista- "Narciso enlutado", de 1947, el soneto que empieza: "Abro el umbral del Álvaro en que moro,/ junto en mi voz el Álvaro a que aspiro./ Doy un Álvaro al aire, si suspiro,/ y arrojo al mar un Álvaro, si lloro." Como mera opción personal, es posible que se prefiera "Tennis", el elegante poema del "Malabarista de Álvaros" ("Lanzo un Álvaro al cielo y lo abandono").
Figueredo fue el poeta uruguayo más radical en esa fragmentación del yo, y no sorprende que generaciones de lectores de Rimbaud, Robert Browning, Charles Baudelaire, W.B. Yeats, Valéry Larbaud o Fernando Pessoa adhieran inmediatamente a esta experiencia poética poderosa y perturbadora. Es literalmente una "experiencia poética" ("poetical experience") en el sentido (también "fragmentado") que le atribuye William Wordsworth en el prefacio de 1800 a sus Lyrical Ballads, a saber, "La experiencia poética es el flujo espontáneo de poderosos sentimientos: se origina en la emoción que se vuelve a producir en la tranquilidad. Tal emoción es contemplada hasta que, por una especie de reacción, la tranquilidad gradualmente desaparece y paulatinamente se produce una emoción semejante a aquella que es producida ante el sujeto contemplativo y cobra existencia real en la mente" (Entremundos, reflexiones sobre literatura, cultura y política internacionales, de Andrés Ordóñez, Siglo XXI, México-Buenos Aires, 2004). La "experiencia poética" de Figueredo es propia de la modernidad, y si probablemente no se puede citar a Pessoa entre sus antecedentes, se puede sí recordar este poema de Juan Ramón Jiménez:
"Yo no seré yo, muerte,/ hasta que tú te unas con mi vida/ y me completes así todo;/ hasta que mi mitad de luz se cierre/ con mi mitad de sombra/ -y sea yo equilibrio eterno/; en la mente del mundo:/ unas veces, mi medio yo, radiante;/ otras, mi otro medio yo, en olvido./ Yo no seré yo, muerte,/ hasta que tú, en tu turno, vistas/ de huesos pálidos mi alma." ("Cenit", 1920).
Si es imposible, a esta altura, no recordar el soneto de Mallarmé a Edgar A. Poe ("Tel qu´en Lui-même enfin l´éternité le change"), un lector uruguayo definitivamente recordará a Álvaro Figueredo, nuestro poeta moderno, secreto, entrañable y, para su bien, olvidado del Uruguay oficial: "Si tanta rosa de Álvaro que he sido,/ cabe en mi mano, vuélvanse, en mi mano,/ el aire sueño, y la razón olvido,/ cuando la muerte; innumerable y breve,/ lea en mi pecho -rosa sin verano- / un tiempo abierto en página de nieve." ("Asidua muerte").
ANTOLOGÍA POÉTICA, de Álvaro Figueredo. Trilce e Intendencia Municipal de Maldonado, Montevideo-Maldonado, 2007, 185 págs.
Diario EL PAÍS digital

SU LUGAR EN EL MUNDO
Álvaro Figueredo frecuentaba Rincón de Olivera en los veranos, un paraje rural atorado entre el mar y la ruta Interbalnearia, a unos diez o quince kilómetros de Pirápolis.
Allí la paz del paisaje y el canto de las aves  llenaban su alma  de inspiración y belleza.

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FUENTES
http://www.elpais.com.uy/
http://lamochila.espectador.com/

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